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Ceramica

En la década del 50, la actividad de las artes del barro en Uruguay estaba adormecida, sólo unos pocos artistas trabajaban la cerámica en sus talleres, dándole más importancia a la funcionalidad como objeto, que a su presencia como hecho artístico.

Esa quietud se quebró, cuando ante los ojos asombrados de Montevideo, se exhibió una serie de cerámicas de Pablo Picasso.

El impacto rozó a Carlos Páez Vilaró de tal forma, que desde ese instante, alternando su vida de pintor, se sintió tentado a volcar sus ideas en la rueda giratoria de un

rústico torno a pedal de madera.

Su entusiasmo por el arte del fuego se fue acrecentando a medida que sus manos modelaban la arcilla o con cada bostezo del horno cuando veía nacer mágicamente sus platos y cacharros.

Esa fiebre, lo llevó a profundizar su labor de ceramista, trabajando directamente en las usinas para enriquecer su creación con la experiencia que le regalaban los operarios.

A partir de su primera exposición, otros artistas se tentaron y de esa forma, la rueda atascada de esta artesanía, comenzó a echarse a andar.

Estos logros y la atropellada de jóvenes que lo rodearon ávidos de aprender, lo llevaron junto a su amigo Ariel Rodríguez a fundar en 1952, la Escuela de Artesanos Ceramistas en La Paz (Canelones, Uruguay). A ella sucedieron el Taller de Artesanos de Montevideo y finalmente en Brasil, el Centro de Cerámica de San Pablo, en 1973.

En 1957, el contacto en Francia con Pablo Picasso afirmó su vocación. Al artista le resulta difícil describir la emoción que sintió al profanar la intimidad de su taller de Villa California y acariciar sus toros, chivos y lechuzones esmaltados en fuentes y platos, colmando las estanterías de Madoura.

Fruto de ese maravilloso encuentro, resultó la exposición de las veintisiete cerámicas que Don Pablo generosamente puso en sus manos, inaugurada en Montevideo, en el año 1959.

A medio siglo de su primera muestra personal, al costado de su caballete, las artes del fuego siguen siendo su pasión.

A lo largo del mundo, en todo sitio donde pasó, una de sus cerámicas quedó representándolo. Un plato mas otro plato, marcan el derrotero de su aventura buscando el arte.

Actualmente, en Casapueblo, su taller de Punta Ballena, Carlos Páez Vilaró abraza la tierra, el agua y el fuego y hace nacer sus criaturas desde el propio vientre de la naturaleza, tatuando sus ideas sobre la piel del barro.

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